9 de octubre de 2008

EL CUENTO DE LAS PELUSAS CALIENTES - Claude Steiner



EL CUENTO DE LAS PELUSAS CALIENTES de Claude Steiner

Érase una vez, hace mucho tiempo, dos personas muy felices que
se llamaban Tim y Maggi y tenían dos hijos llamados Juan y Lucy.
Para comprender cuan felices eran, hay que explicar como eran
las cosas entonces.
En aquellos días felices se les regalaba a todos, nada más
nacer, una pequeña y suave Bolsa de Pelusa. Cada vez que una
persona metía la mano en su bolsa podía sacar una Pelusa
Caliente.
Había mucha demanda de Pelusas Calientes, porque cada vez que
alguien recibía una ésta le hacía sentirse muy contento y
abrigado. La gente que, por alguna circunstancia, no recibía
Pelusas Calientes con regularidad, corría el peligro de contraer
una enfermedad en la espalda que los encogía y, a veces, podían
incluso morir.
En aquellos días era muy fácil obtener Pelusas Calientes. Cada
vez que a alguien le apetecía, podía ir a tu encuentro y
decirte: “Me gustaría recibir una Pelusa Caliente”; entonces uno
metía la mano en su bolsa y sacaba una Pelusa del tamaño de la
mano de una niñita. Con la luz del día, la Pelusa sonreía y
florecía, transformándose en una Pelusa Caliente amplia y
acogedora. Entonces se colocaba encima del hombro, la cabeza o
las piernas de la persona, y la Pelusa se acomodaba
perfectamente, deshaciéndose contra su piel y haciéndola sentir
llena de alegría. La gente siempre se estaba pidiendo mutuamente
Pelusas Calientes y, puesto que eran gratis, no había problemas
para conseguir suficientes. Al haber para todos, las personas se
sentían muy cómodas y abrigadas la mayor parte del tiempo.
Pero un día un brujo malo se enfadó porqué todos eran felices y
no le compraban pociones y ungüentos. El brujo era muy listo e
ideó un plan perverso. Una hermosa mañana se acercó
cautelosamente a Tim, mientras Maggi jugaba con su hijita, y le
susurró al oído:
- “Mira Tim, fíjate en todas las pelusas que Maggi le da a Lucy:
si continúa así va a agotarlas y no quedará ninguna para ti”.
Tim se quedó estupefacto. Se volvió al brujo y le dijo:
– “¿Quieres decir que no siempre encontraremos una Pelusa
Caliente en la bolsa cuando la busquemos?”
Y el brujo contestó:
– “Por supuesto que no; cuando las agotes ya no tendrás más”. Y
dicho esto, se fue volando, riendo y cacareando.
Tim se lo tomó muy a pecho y comenzó a controlar cada vez que
Maggi le daba una Pelusa Caliente a alguien. Acabó por sentirse
muy preocupado, porqué a él le gustaban mucho las Pelusas
Calientes de Maggi y no quería que se las diera a los demás.
Realmente creía que Maggi no tenía derecho a gastar todas sus
Pelusas Calientes con los niños y otras personas. Empezó a
quejarse cada vez que veía a Maggi dar una Pelusa Caliente a
alguien, y como Maggi lo quería mucho dejó de dar Pelusas
Calientes con tanta frecuencia y las reservó para él.
Al ver esto, los niños pensaron que era malo regalar Pelusas
Calientes cada vez que se las pedían o les apetecía hacerlo.
También ellos se volvieron muy cuidadosos; vigilaban
estrechamente a sus padres y cuando les parecía que daban
demasiadas Pelusas Calientes a alguien, protestaban. Poco a poco
comenzaron a preocuparse por las Pelusas Calientes que daban
ellos mismos. Aunque ciertamente encontraban Pelusas cada vez
que las buscaban en su bolsa, cada vez metían menos la mano
dentro y se hicieron más y más tacaños. Muy pronto la gente notó
una escasez de Pelusas Calientes, y comenzaron a sentirse menos
contentos y abrigados. Empezaron a encogerse y, de vez en
cuando, alguno moría por falta de Pelusas Calientes.
Así, más y más personas iban a comprarle pociones y ungüentos al
brujo, aunque no parecían muy efectivos. Y sucedió que la
situación comenzó a ponerse muy difícil. El brujo malvado no
quería que la gente muriera, entre otras cosas porqué los
muertos no pueden comprar pociones ni emplastos, así que
desarrolló un nuevo plan: le dio a cada uno una bolsa muy
similar a la Bolsa de Pelusas, excepto que estas nuevas eran
frías, mientras que como es sabido, las auténticas Bolsas de
Pelusas eran calientes. Dentro de las bolsas del brujo había
Espinas Frías. Estas Espinas Frías no hacían que la gente se
sintiera contenta y abrigada, sino, por el contrario, fría y
pinchada, pero evitaban que a la gente se le encogiera la
espalda y muriera. Por lo que, desde entonces, cada vez que
alguien decía: “Quiero una Pelusa Caliente” le contestaban: “No
puedo darte una Pelusa Caliente, pero, ¿quieres una Espina
Fría?”.
A veces se acercaban dos personas pensando obtener una Pelusa
Caliente, pero uno u otro cambiaban de opinión y terminaban
dándose Espinas Frías. Así sucedió que, aunque muy pocas
personas morían, muchas seguían desdichadas y sintiéndose frías
y pinchadas. La situación se complicó muchísimo, pues las
Pelusas Calientes, que antes solían ser gratuitas como el aire,
ahora eran extremadamente raras y muy caras. Eso ocasionó que la
gente hiciera cualquier cosa para conseguirlas.
Antes de que el brujo apareciera, la gente acostumbraba a
reunirse en grupos de tres, cuatro o cinco personas, sin
importarles demasiado quien daba Pelusas Calientes a quién.
Después de que llegara el brujo, la gente comenzó a emparejarse
y a reservar todas sus Pelusas Calientes para sus parejas. Los
que se descuidaban y daban una Pelusa a alguien más se sentían
culpables, porque sabían que su pareja seguramente notaría la
pérdida. Y los que no encontraban una pareja generosa tenían que
comprar sus Pelusas y trabajar muchas horas para poder pagarlas.
También sucedió que algunas personas cogían Espinas Frías
(habían muchas y eran gratis), las cubrían de un material blanco
y esponjoso, y las hacían pasar como Pelusas Calientes. Estas
Pelusas Calientes falsificadas eran realmente Pelusas de
plástico y aún ocasionaron más dificultades: si, por ejemplo,
dos personas intercambiaban libremente Pelusas de Plástico, se
suponía que tenían que sentirse bien por ello, pero, en cambio,
se separaban sintiéndose mal. Y como pensaban que lo que se
habían estado dando eran Pelusas Calientes, se quedaban muy
confundidos, sin darse cuenta de que esos sentimientos fríos e
hirientes que tenían eran el resultado de haberse dado un montón
de Pelusas de Plástico.
De esta forma, las cosas se pusieron muy, muy tristes desde la
llegada del brujo que hizo que la gente creyera que algún día,
cuando menos lo esperaran, no encontrarían más Pelusas Calientes
en sus Bolsas.
No hace mucho tiempo, una adorable y robusta mujer de anchas
caderas y feliz sonrisa, llegó a ese país entristecido. Parecía
no haber oído hablar del brujo, y no le preocupaba que se
acabaran sus Pelusas Calientes. Las daba libremente, incluso
cuando no se las pedían. Algunos no las aceptaban, porqué hacía
que los niños se despreocuparan de que se les acabaran las
Pelusas Calientes. En cambio a los niños les gustaba mucho,
porque se sentían bien con ella. Y pronto volvieron a dar
Pelusas Calientes siempre que les apetecía.
Las personas mayores comenzaron a preocuparse y decidieron
utilizar la Ley para proteger a los niños del derroche de sus
reservas de Pelusas Calientes. La Ley convirtió en una actividad
criminal dar Pelusas Calientes de manera descuidada, sin
licencia. Sin embargo, muchos niños parecían no enterarse y, a
pesar de la Ley, continuaron dándose Pelusas Calientes unos a
otros siempre que les apetecía y siempre que se las pedían. Y
como había muchos niños, casi tantos como personas mayores,
parecía que podrían salirse con la suya.
Hoy por hoy es difícil adivinar que sucederá.
¿Podrán las fuerzas de la ley y el orden detener a los niños?
¿Irán las personas mayores a unirse a aquella mujer y a los
niños para darse cuenta de que siempre habrá tantas Pelusas
Calientes como se necesiten? ¿Recordarán Tim y Maggi aquellos
días en los que eran tan felices, sabiendo que había Pelusas
Calientes en cantidad ilimitada? ¿Las volverán a dar libremente?
Este asunto se extiende por toda la tierra y probablemente la
lucha esté llegando a donde tú vives. Si lo deseas, y ojalá que
así sea, puedes unirte dando y pidiendo libremente Pelusas
Calientes, y siendo todo lo amoros@ y san@ que puedas.

Claude Steiner "Libretos en que participamos". Ed. Diana-
México 1980. Traducción del Dr. Tony Brito (Canarias)

sacado de Arquitectura se mueve

1 comentario:

Anónimo dijo...

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