26 de noviembre de 2009

Lección de economía en 2 minutos



Seis chinos y un americano
Texto: Antonio Baños

Cuentan el chiste de siete náufragos en una isla desierta. Seis de ellos son orientales y el séptimo un norteamericano muy gordo. El primer día se asignan las tareas que todos deben cumplir para seguir vivos. Uno se encargará de la leña, otro de pescar, un tercero de cazar, el siguiente de construir un refugio, etcétera. Deciden que el norteamericano se dedique sólo a comer. Y así lo hacen. Cada mañana, los seis asiáticos se aplican a sus tareas y por la noche se dedican a ofrecerle un magnífico festín al yanqui, quien, harto de tanta comida, siempre deja restos suficientes para la alimentación de los seis desdichados.

Cualquiera a quien se le explicara el extraño modo de comportamiento social de los náufragos se llevaría las manos a la cabeza y pediría, como mínimo, el exilio del prepotente rostro pálido. Sin embargo, si explicamos esta historia a un economista ortodoxo, neoclásico, de los de cátedra y tertulia, su análisis será tan sorprendente como ilustrativo.

Diría que, de hecho, los seis asiáticos necesitan al norteamericano porque este es, en realidad, el motor de la economía local. Sin el yanqui y su voracidad no hubiesen desarrollado artes de pesca, ni construido infraestructuras como cabañas, cuencos o canoas. Sus cifras de volumen de pescados y de tubérculos recolectados caerían a niveles preocupantes. Su PIB, sus indicadores de empelo y actividad serían propios de una isla subdesarrollada. El hambre pantagruélica del ocioso norteamericano ha obligado a los asiáticos a realizar una fuerte inversión en I+D para maximizar los recursos de la isla.

Sin el yanqui, nadie tendrá que haber aprendido a recitar monólogos ni a componer canciones para distraer al comensal mientras cena, con lo que las artes escénicas nunca se hubiesen desarrollado en la isla, que habría mantenido un bajísimo nivel cultural. Pero, además, la obligación de cocinar un banquete diario ha multiplicado los contactos sociales entre los seis asiáticos, que se han visto obligados a crear sistemas de coordinación, de reparto del trabajo y asignación de recursos, y han revertido en una mayor, más eficaz y rica complejidad social, lo que les permitiría preparar con el tiempo banquetes cada vez más complejos, cosa que despertará entre ellos las dotes de iniciativa y liderazgo.

Queda claro, pues, que sería inconcebible un desarrollo económico sin la presencia de nuestro americano. Si muriese de apoplejía, lo más seguro es que los supervivientes trabajasen tan sólo tres o cuatro horas para asegurarse la subsistencia y pasasen el resto del día tumbados. Supondría una debacle de la productividad, la ruina de la naciente civilización isleña. Cada uno se quedaría en su rincón de la playa y la estructura de mando y tareas acabaría disolviéndose. Pasarían a llevar una vida cercana a la animalidad. La falta de un objetivo común, de un trabajo, en definitiva, los convertiría en vagos y suspicaces. De ahí que sea cuestión de tiempo que surjan disputas, desprecio y orgullo entre los antes sumisos y cooperativos asiáticos. La muerte del norteamericano sería la ruina de los asiáticos.

http://www.ladinamo.org/ldnm/articulo.php?numero=31&id=812

2 comentarios:

Francisco Simple dijo...

Jajajaja que fuerte, visto así hasta convence.

Muy bueno, un saludo.

Anónimo dijo...

buenos su espacio online es muy trabajado,es la tercera vez que vi tu pagina, bon trabajo!
abrazo